(Aviso: en esta entrada no digo nada muy nuevo; es más que nada una forma de ordenar mis ideas sobre el tema del arte. La primera parte es la más repetitiva, sobre todo porque muchas cosas las decía ya "votos a favor" en su entrada. Pero ya digo: ha sido un intento de ordenar mis ideas, y me ha salido así. Y ya que las he ordenado, aprovecho y lo cuelgo para aburriros un rato).
Ars longa, vita brevis. “El aprendizaje es largo, la vida breve”. Así dice realmente el adagio latino, en contraposición a lo que se suele pensar; resultaría violento, según lo que me explicaron en mis clases de latín, traducir la sentencia por “el arte es duradero, la vida breve”, pues esta traducción no reflejaría un matiz fundamental que, desde la antigüedad clásica, iba asociado al término arte, y lo reduciría a su acepción moderna. En efecto, con el término arte se designaba todo lo susceptible de ser aprendido – aquello que requería un aprendizaje -, de forma que arte y técnica se tornaban casi inseperables: el artista era también artesano, y debía serlo si quería ser un buen artista. Y, en este sentido, el artesano era también un artista, pues necesitaba aplicar correctamente una técnica que debía dominar.
Tras esta noción, que equipara en alto grado las capacidades técnicas y las artísticas, imagino se encuentran las primeras manifestaciones culturales de lo que posteriormente englobaríamos bajo el rótulo “arte”. Pienso por ejemplo en el utillaje de los primeros homínidos – herramientas, instrumental, vasijas...-, que carecían de intencionalidad artística o estética (eran puramente funcionales), pero que posteriormente se consideraron manifestaciones culturales que evidenciaban el nivel técnico de sus creadores. Incluso sabemos que el desarrollo técnico gestado sobre todo en época del homo faber, en especial el nuevo y fructífero uso de las extremidades superiores y las manos, ayudó sobremanera al proceso de desarrollo cerebral que acabó desembocando en el homo sapiens. Por todo esto, no me extraña que durante mucho tiempo se tuviera en tan alta estima a la técnica (se podrían seguir citando definiciones antropológicas que hacen hincapié en la capacidad técnica y creadora del hombre como característica esencial de nuestra especie), hasta el punto de asociarla al término que, ahora lo sabemos, expresa una de las empresas consideradas como más nobles dentro de nuestros quehaceres: el arte.
Más tarde, como bien explica “votos a favor” en su artículo, el arte fue autonomizándose y desligándose de su identificación técnica. Es entonces cuando se entiende el arte como “bellas artes”, y no sólo como técnica (aunque sigue siendo obvio que un buen artista necesitará conocer bien la técnica que le permita ejercer como tal). A mi modo de ver, se produce entonces una variación clave: hasta entonces, tanto la forma de la obra como el contenido podían tener que ver con la técnica para considerarse arte (primaban, pues, la funcionalidad y la utilidad, orientadas a la mejora de la calidad de vida o a la satisfacción de necesidades); ahora, aunque la forma siguiera requiriendo técnica y aprendizaje, el contenido se entendía como expresión del autor, acercándose a nuestra concepción actual.
Hay que matizar, por supuesto, que las barreras no eran tan nítidas como las he pintado: funcionalidad y forma de expresión se han combinado durante siglos de historia del arte. Penemos, sin ir más lejos, en las catedrales góticas: su funcionalidad estaba en la base de su concepción, como refugio de feligreses o como imagen de la grandeza de Dios y de la ciudad en la que se construían; pero, sin embargo, también expresaban una visión particular de la arquitectura y podían causar los más variopintos sentimientos. También quiero matizar que, incluso cuando el concepto de bellas artes estaba plenamente asentado, había obras en que el arte entendido como expresión personal del autor o expresión interpretada por el observador son mínimos: me refiero a todo el arte que aspira a la “mímesis”. El realismo de un cuadro paisajístico puede ser enorme, pero seguramente esa obra no transmitirá ni más ni menos que lo que transmita el paisaje mismo; es decir, que será brillante formalmente, pero su contenido no trascenderá la técnica utilizada (también es cierto que, desde la invención de la fotografía, el arte como mímesis perdió mucha fuerza).
Hechas estas distinciones, podemos quedarnos con este resumen: bajo el término arte primero se integró la técnica, y poco a poco el contenido expresivo fue eclipsándola (aunque nunca eliminándola) y haciendo que se le supeditara. Además, conforme más peso cobra el contenido y se deshecha la pura funcionalidad práctica, más difícil se torna englobar objetos técnicos en el mismo campo que obras artísticas, y más clara se vuelve la frontera que separa a los artistas de los artesanos. Y como colofón, con los movimientos de vanguardia y del arte por el arte, la funcionalidad del arte se reducirá al goce estético, autonomizándose definitivamente de toda utilidad inmediata y pragmática.
¿Y por qué he soltado toda esta parrafada? Pues porque la otra tarde intentábamos definir qué es el arte, y nos salían palabras como técnica, funcionalidad, expresión... Pero no fuimos capaces de encontrar la que refiriera a su esencia, la que contuviera todos sus significados y aglutinara todo lo que llamamos manifestaciones artísticas. Luego de intentarlo, llegamos a otra discusión, correlato de la primera, sobre la subjetividad como única vara de medir el arte, y en el fondo como único punto de apoyo personal para definir lo que es arte y lo que no. Tras ordenar mis ideas, he llegado a la siguiente clarificación:
a) Por una parte, en toda época tenemos lo que de hecho es el arte. El término arte, en su uso generalizado, remite a ciertas prácticas públicas, objetivas y compartibles, y se aprende dentro de una determinada cultura (dentro de la cual se crea, evoluciona y cobra nuevos significados). Esta es la esfera objetivable del arte, y la que analizan académicos e historiadores. A este nivel pertenece la parrafada que he soltado al principio: para los antigüos, el término arte se refería también a artesanía y técnica; luego, arte fue bellas artes y expresión; y ahora, arte es el todo vale. Y en todas estas acepciones, por cierto, arte es lo que hacían los artistas (y los artesanos en un primer momento, puesto que esa distinción, como he dicho, no era clara), y lo que se plasmaba en las instituciones pertinentes y destacaban los académicos del momento. Por eso, decir la frase “esto no es arte” delante de la famosa mierda de artista es un absurdo y un sinsentido: sí que es arte, queramos o no. Y es arte porque se ha considerado arte en su época y hoy sigue llenando páginas de enciclopedias. Nos guste o no, nosotros no elegimos el significado de las palabras: su uso se nos impone, y es lo que posibilita la comprensión. Y, siguiendo la evolución que el término arte y sus implicaciones han desarrollado, la mierda de artista se inscribe perfectamente en dicha evolución. Decir de una obra que no es arte implica, como bien dijimos la otra tarde, presuponer una definición personal y limitante de arte que en muchas ocasiones no se corresponde con lo que comúnmente se acepta, y que además supone muchos problemas (el criterio seguido, la tradición que inspira nuestra concepción personal, lo que consideramos esencia de lo artístico y por qué...). Por eso, insisto: arte es lo que en cada época se entiende por arte, nos guste o no. Y cada época tiene unos mecanismos y unas causas (históricas, políticas, sociales...) que explican que se considere arte a unas cosas y no a otras.
Para que se me entienda mejor, haré una analogía. Puesto que el problema es en el fondo lingüístico, quiero compararlo con lo que puede suceder en política con la palabra “izquierda”. Durante mucho tiempo, la palabra izquierda hizo referencia a ideologías próximas al comunismo o al anarquismo; hoy día, vemos que constantemente se clasifican como de izquierdas medidas y partidos que poco o nada tienen que ver con aquellas ideologías. Y entonces mucha gente dice “tal partido no es realmente de izquierdas” o “bajar los impuestos no es verdaderamente de izquierdas”, porque tienen en mente el significado tradicional y originario. Pero, ¿tiene esto sentido cuando la mayoría de la gente ha acabado asociando al término izquierda nuevas prácticas políticas advenidas tras cierta evolución histórica? Pues lo mismo ocurre con el arte: que los usos de las palabras se nos imponen desde la mayoría, y no al revés. ¡Democracia lingúística!
Así pues, partiendo de la base del uso generalizado, es un sinsentido mirar un enchufe y decir “esto es arte”; sin embargo, sería lícito decirlo cuando ese enchufe se exponga en el MOMA. ¿Que todo esto es un absurdo? Pues no seré yo quien lo discuta, pero es lo que hay: la situación y el contexto crean los significados, y para cuando el enchufe se exponga en el MOMA, por democracia lingüística habrá que considerlo arte. Por eso todo es arte en potencia. Y por esa misma democracia un uso tan generalizado y aceptado como el de arte como técnica y aprendizaje hoy está prácticamente desaparecido.
b) Por otra parte, en cada época, a nivel individual, tenemos lo que debería ser el arte. Y, como todo debe, la respuesta es personal e intransferible. Cada uno interoriza y aprende la definición generalizada de arte presente en su sociedad, y en sus manos está aceptarla o no. O más que aceptar su definición (insisto en que los significados no se deciden libremente: se nos imponen, y si no nos gustan tendremos o bien que inventarnos otra palabra – algo absurdo, dicho sea de paso – o bien recurrir a otras palabras o bien remarcar acepciones alternativas, etc...), en nuestras manos está el decir “sí” o “no” a la misma. Ante el arte como “todo vale”, no podemos decir “esto no es arte”, pero sí podemos decir “esta concepción del arte no me gusta”, y dar razones de ello. Y esto es lo único que tenemos – que no es poco, por cierto - para rebelarnos contra el arte que no nos gusta. No ya proponer una definición alternativa y subjetiva, porque el lenguaje privado no sirve para nada; pero sí consentir con la visión mayoritaria o criticarla con argumentaciones.
Así que me retracto: no podemos definir el arte como “toda creación que una persona considere arte de acuerdo con su definición de arte”. Esto es lenguaje privado y hace imposible la comprensión, diluye la utilidad del término. Arte es, como dice la frase que alguien citó la otra tarde, “lo que los hombres consideran arte”. Pero no de forma subjetiva: lo que los hombres consideran arte trasciende al individuo y se impone culturalmente por democracia lingúística.
Ahora bien, podemos decir no. Y decir no es siempre decir mucho.
P.D.: Lo sé, eso de la “democracia lingúística” es una cabra muy cutre de concepto inventado. Pero a estas horas mis neuronas no dan para más.
- J a V i -