martes, 7 de julio de 2009

Sobre la resistencia

Quería hacer un texto que hablase sobre la filosofía de una forma diferente. De momento no va a ser posible porque una conversación reciente me ha hecho ver que realmente, es más difícil atacar a la metafísica de lo que pensaba.


Es curioso lo atrevida que es la ignorancia. Un estudiante que ni siquiera ha acabado la licenciatura pretendiendo disolver problemas metafísicos. Cuanta ignorancia y prepotencia. Por otro lado, nunca me hubiera planteado los problemas que ahora me planteo si nunca hubiese empezado a pensar por mí mismo, si nunca hubiera pensado que yo tenía algo que decir al respecto.


Me quedo con mi prepotencia y mi pedantería.


Así pues, me gustaría dar las gracias a este blog y a sus integrantes y participantes porque es gracias a ellos por lo que he madurado lo que haya podido madurar filosóficamente. Es únicamente por este motivo por lo de que me planteo su reforma: Era bueno, es bueno y podría ser mejor.



Por otro lado, sigo pensando que confundimos la función de la metafísica. Ya no hablo de límites, solo de que en ocasiones confundimos su contexto o su rango, lo que hace que su contenido sea,en ocasiones, irrelevante.


Esto es muy discutible, pero nadie podrá discutir (o al menos eso espero) pensando en cosas abstractas, leyendo teorías e intentando entender relaciones de ideas nos damos cuenta, por el motivo que sea, de las cosas que suceden a nuestro alrededor con mayor facilidad aunque sea únicamente por ponerlas en duda.


Mi sueño es crear una teoría que cambie la concepción del mundo. Eso es, por lo menos, difícil, a lo mejor es imposible y es bastante probable que en cualquier caso eso sea simplemente imposible por el hecho de que las personas no funcionemos de esa manera. No obstante, sí que hay algo que podemos hacer con bastante facilidad (ontológica al menos), podemos intentar cambiar este mundo.


Esto, que parece fruto del más ciego idealismo (en un sentido habitual, no metafísico) no lo es en absoluto. No estoy adscrito a ningún tipo de ideología ni quiero estarlo, me conformaría con que este mundo fuera un poco menos irreflexivo.


Tenemos la capacidad de poner en duda lo que se nos dice, sabemos que no todo el mundo tiene esa capacidad porque no siempre fuimos como somos y nos molesta (me molesta) la cantidad de tonterías que se dicen con total impunidad dentro y fuera de nuestra facultad.


¿No es el el cambio del mundo una prioridad? ¿No será nuestra función alguna más que la de resistir?

sábado, 30 de mayo de 2009

Pedagogía, poder, ciencia

Una pequeña argumentación que no escandalizará a nadie. Seré breve y esquemático. En primer lugar una pregunta maliciosa, ¿qué ambición de poder acarrea consigo la pretensión de ser una ciencia? Es decir, ¿qué intenciones tiene una disciplina, un saber cualquiera, una práctica, cuando reivindica su naturaleza de ciencia, cuando se autoproclama científica? Dos ejemplos clásicos manifiestos: tanto el marxismo como el psicoanálisis quisieron (y aún quieren) ser considerados como ciencias. Pero, ¿por qué esta ambición?

Sencillamente porque establecer un discurso cualquiera como ciencia significa asociarle los efectos de poder propios de una ciencia, los efectos de poder que tradicionalmente se asocian a las disciplinas científicas. Autoproclamarse ciencia es lo mismo que decir: ¡tratadme como si a todos los efectos fuera una ciencia! (porque eso es ser una ciencia). Cuando una disciplina, pongamos por caso la pedagogía, se llama a si misma ciencia y pretende actuar como tal, tener los mismos efectos de poder que una ciencia, es para diferenciarse, para tomar distancia de otras disciplinas confusas, marginales, de menor prestigio, y acercarse a las así llamadas científicas, de mayor autoridad y reconocido rigor. La pedagogía se alza así de entre la masa amorfa de saberes y pretende ser distinta de esta masa. Porque cuando se entroniza una vanguardia teórica, no es más que para separarla de todas las formas masivas, circulantes y discontinuas de saber. La pedagogía, en nombre de la ciencia, de su propia supuesta naturaleza de ciencia, impone sus prácticas, sus discursos, sus esquemas (sus planes y procesos). Y siendo sus reformas y discursos siempre en nombre de la ciencia, ¿quién tendrá el valor de replicar? ¿Quién alza su voz contra la ciencia, quién puede?

Hasta aquí el diagnóstico, que es lo que nos interesa; apuntaremos no obstante un tratamiento. Michel Foucault define genealogía (entre otras cien formas distintas) como anticiencia, como la insurrección de los saberes contra los efectos de poder propios de un discurso considerado como científico, insurrección de las discursividades locales contra los efectos de poder centralizadores ligados a la institución y al funcionamiento de un discurso científico organizado dentro de nuestra sociedad. En este sentido es capital la genealogía como arma de batalla. Genealogía es la reactivación de los saberes locales contra la jerarquización científica del conocimiento y sus efectos de poder intrínseco. El nuevo papel del intelectual sería el de estudiar, señalar, hacer visibles las relaciones de poder ocultas, como lo son aquellas que hacen de la pedagogía una fuente de saber científico indiscutible, para desgracia de todos los estudiantes del sistema universitario español. Ponerse del lado de los saberes sometidos, hacerlos visibles con la práctica. Pues ya no hay teoría sin práctica, y el filósofo no debe hablar por el saber silenciado, debe gritar con él.

Pero de revolución ya se ha hablado, y se hablará, en otros textos (y se ha hecho, y se hará, en otras calles, en otras aulas)


Carlos Gascón (siguiendo fielmente a Michel Foucault y su clase del 7 de Enero de 1976)



PD: No es este un texto contra los pedagogos, ni tan siquiera contra la pedagogía; tan solo contra sus pretensiones de cientificidad. Para que quede claro (y ahorrarme malentendidos).

miércoles, 29 de abril de 2009

2, 3, 5, 7, 11, ...

Artículo publicado en el número 1 de la revista Apeiron.


Imaginemos el dominio de los números naturales. Infinito, ¿verdad? Retiremos el 1 del dominio, anotemos el 2 y hagamos mentalmente la lista de los múltiplos de 2. Busquemos el primer número que no esté en la lista ni anotado y anotémoslo. Hagamos la lista de sus múltiplos. Hallemos el primer número que no esté en ninguna de las dos listas ni anotado y hagamos la lista de sus múltiplos después de anotarlo. Continuemos así sucesivamente y cada vez que empecemos una nueva lista, anotemos el número con el que la empezamos.


Se puede demostrar que mediante un procedimiento de este tipo, se puede obtener la lista de todos los números primos.


Un procedimiento similar ideó Eratóstenes, un griego que vivió 200 años antes de nuestra falsa cronología. Sin embargo el método de Eratóstenes, era bastante más sensato que el anteriormente expuesto (como es de esperar de un buen griego), pues no solo se podía realizar, sino que además se puede incluso calcular el tiempo que hace falta para completarlo en función de hasta donde queramos llegar. Su método incluía una restricción a cerca del conjunto de números a cribar. Posteriormente, un matemático árabe descubrió una regla de abandono de la generación de listas. Aun así, hoy en día se considera que el método es bastante ineficiente en términos de computación.


De Eratóstenes se dice que los colegas le solían denominar 'beta' porque tenía gran interés por una amplia gama de saberes, de modo que no resultaba el más especializado en ninguno y generalmente se le consideraba segundo en cualquiera de ellos, no obstante, su amplitud de miras le llevó precisamente a ser el primero en calcular la circunferencia de la tierra (para lo que tuvo que relacionar saberes diversos, desde las matemáticas y la física hasta las habladurías de las gentes) y en dar aproximaciones de la distancia entre el sol y la tierra y entre la luna y la tierra y finalmente a ser el inventor de la geografía como conjunto de saberes relacionados.


La criba de Eratóstenes era un método que combinaba cuestiones matemáticas con cuestiones prácticas. Se elegía una cantidad de números naturales representada por el número más alto del conjunto y se empezaba por tachar todos los múltiplos del 2, luego todos los múltiplos del siguiente número no tachado y así sucesivamente hasta que, como descubrió el matemático marroquí Al-Marrakushi ibn Al-Banna, el cuadrado del siguiente número no tachado es mayor al número que representa el conjunto. De este modo se obtienen todos los números primos del conjunto, cosa que no se puede hacer con el método especificado al principio, porque los números naturales son infinitos y sólo lograr la lista de los múltiplos de 2 sería imposible.


Aquí podemos detenernos a realizar algunas observaciones relevantes. Por un lado, no podemos saber cuando se inventaron los números ni cuales son los antecedentes más antiguos de nuestros actuales conocimientos matemáticos, pero podemos saber tranquilamente que el desarrollo de las matemáticas no va necesariamente unido al ser humano, aunque es probable que las facultades que permiten la capacidad de desarrollarlas si formen parte de nuestra herencia genética. De hecho, hoy en día se conocen culturas que no tienen más de tres distinciones numerales en su lenguaje, es decir, que en su modo de vida no distinguen más de tres cantidades (aunque ello no excluya la posibilidad de que puedan aprender a hacer más distinciones). Por otro lado, cabe preguntarse acerca de la naturaleza de las matemáticas, es decir, de cómo funcionan.


Estudiar la cuestión de la primalidad de un número nos introduce de lleno en una serie de cuestiones que nos permiten captar de manera indirecta la naturaleza de las matemáticas.


En primer lugar, cabe destacar que un número primo se define como aquel número natural que sólo es divisible por 1 y por si mismo, lo cual equivale a definirlo como un número que sólo es múltiplo de 1.


¿Has entendido lo que acabas de leer en letra negrita? Si respondes afirmativamente, cabría pedirte que dieras explicación de qué es aquello que has entendido, y para que al obtener tal explicación esta fuera interpretada como una respuesta satisfactoria o correcta tendría inevitablemente que estar preestablecido qué se puede aceptar como explicación de que se ha entendido correctamente el citado texto.


Seguramente una respuesta similar a “he entendido lo que dice el texto porque sé que si un número primo sólo es divisible por 1 y por si mismo, eso significa que ese número, al dividirlo por cualquier otro número no da un resultado exacto y al dividirlo por un 1 o por si mismo si da un resultado exacto. Además, no hay ningún par de números enteros a excepción de 1 y ese número que multiplicados entre si den como resultado ese número” se consideraría prueba de la comprensión de las implicaciones que la primalidad imprime a un número.


Aun podríamos seguir interesados en recabar hasta qué punto has tenido comprensión del asunto y te preguntaríamos “pero ¿qué significa que un número sea entero o que al dividir no se obtenga un resultado exacto?”. Podríamos preguntar esto si pensáramos que te has aprendido de memoria lo que dice la wikipedia acerca de la primalidad de un número, pero que en realidad no has entendido nada.


Entonces tu podrías responder algo similar a “un número es entero si no tiene decimales y una división no da un resultado exacto si el resultado no es un número entero” (seguramente responderías que no te tomemos el pelo y mostrarías tu molestia ante nuestras estúpidas preguntas, pero vamos a suponer que te interesan las matemáticas y demostrar lo que sabes).


Sin embargo, nosotros podríamos haber empezado a cuestionarnos si eres una persona o una máquina de Turing programada para responder cuestiones matemáticas y para comprobar que posees alma te podríamos preguntar cómo podemos saber que has entendido la diferencia entre un número entero y un número con decimales.


Si todavía no nos has mandado al excusado, podrías responder con “un número con decimales es la representación numérica de un número fraccionario cuya fracción no es exacta. Hay fracciones exactas, que equivalen a un número entero y fracciones no exactas, que no equivalen a ningún número entero.”


Pero ¿cuando un número equivale a otro?, ¿que es un número fraccionario?.


Un número equivale a otro cuando tiene el mismo valor y un número fraccionario es el número que se puede representar como cociente de dos números enteros o como número decimal finito o infinito periódico.


Por el teorema de Wilson podemos saber si un número es primo calculando el factorial del número natural anterior, adicionándole uno y comprobando si el resultado es divisible por el número que queremos saber si es primo.


Claro que esta forma de calcular la primalidad de un número no es mucho más eficiente en términos de computación que el método de Eratóstenes, pues calcular el factorial de un número como por ejemplo el 271 implica manejar números con más de 300 cifras y evidentemente, no resulta fácil ni siquiera para las máquinas.


A estas alturas, ya no debería quedarnos duda de que has entendido el texto y de que sabes lo que es un número primo, pero aún podríamos intentar hacer una última indagación y darte un número al azar para que compruebes si es primo.


1021


Si viéramos que empiezas a escribir silogismos en latín y a mirar una bola de cristal y posteriormente dijeras que en base a ese proceso has deducido que 1021 es primo, por más que ciertamente 1021 sea primo, habríamos de concluir que o bien te has vuelto loco en este preciso momento o bien resulta que no sabes matemáticas ni lo que es un número primo.


Si esta última aserción no resulta extraña habremos de preguntarnos a qué es debido.


Como hemos dicho, si una persona busca la primalidad de un número en una bola de cristal o mediante un razonamiento lógico, normalmente pensaremos que no entiende lo que es un número primo, por mucho que sepa comentar la diferencia entre número entero y número racional. Porque saber matemáticas no consiste en tener creencias verdaderas justificadas a cerca de lo que es un número o cuestiones similares, sino en dominar una serie de técnicas y reglas para hacer cosas con números.


Por ejemplo, hacer la multiplicación de dos números es hacer algo con números.


Pero ¿cómo se pueden hacer cosas con números?


Una manera de abordarlo es decir que las matemáticas son el estudio de las propiedades y las relaciones de entes abstractos (números, figuras geométricas) a partir de notaciones básicas exactas y a través del razonamiento lógico[1]. Otra manera de plantearlo consiste en ver cómo se insertan las matemáticas en nuestra forma de vida.


Los griegos clásicos no tenían el cero entre los números, tampoco los egipcios ni los chinos antiguos. Hay culturas que sólo distinguen entre 1, 2 y 'muchos'. Hoy en día tenemos computadoras que calculan billones de decimales del número π y tenemos teorías físicas que emplean geometrías no euclidianas. Se pueden hacer cosas con los números siempre que hayamos aprendido a hacer otras cosas con los números.


Los niños aprenden a contar al tiempo que aprenden a hacer otras cosas con otro tipo de signos, y no resulta baladí notar que nunca reciben justificación de por qué el 1 va delante del 2 y este del tres. Sólo años después, cuando ya dominan por costumbre una enormidad de reglas matemáticas y lógicas, son capaces de entender explicaciones de las reglas que siguen.


Por ejemplo, podríamos decir que el conjunto de los números naturales se puede describir como una serie en la que hay una posición inicial y luego una serie infinita pero discreta de posiciones ordenadas y equidistantes, y que toda la serie se puede representar mediante la generación de un signo inicial y la aplicación de una regla de generación de nuevos signos para cada posición (como por ejemplo el sistema decimal que toma los signos 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 y 9 para las diez primeras posiciones, y luego utiliza reglas fijas de combinación por concatenación de estos signos para generar el resto de signos).


Si alguien ha aprendido previamente a contar mediante algún sistema simbólico escrito, entonces puede entender una explicación como la anterior. Es decir, sólo cuando hemos aprendido a contar del uno hasta el cien, y luego hasta el mil, y luego hasta el número en el que nos aburriéramos de contar, y después cuando hemos aprendido a seguir reglas como la suma o la división que nos permiten fijar relaciones entre los números, es entonces que podemos entender una explicación abstracta que nos hable de series, posiciones, infinitos, etcétera. Del mismo modo, sólo cuando hemos aprendido a dibujar polígonos y a relacionar sus propiedades, podemos entender explicaciones abstractas de los mismos. Podemos entender entonces por qué a los griegos, dado que no tenían un sistema numérico decimal, les resultaba más fácil la geometría que la aritmética.


También podemos observar que entender explicaciones abstractas como la anterior de los números naturales, sirve para poder hacer más cosas con los números, pero no dejan de ser explicaciones y se pueden construir otras. Hay que decir entonces que no es que haya una serie infinita de números por descubrir, sino que hemos inventado los números y entonces podemos hablar de series infinitas.


Como hemos visto, un solo problema matemático, como el de la primalidad de los números naturales, nos puede introducir en diversas y divergentes disquisiciones, pero una pregunta sobresale con respecto a las demás: ¿a dónde puñetas va a parar este texto?


Decíamos antes que estudiar la cuestión de la primalidad de un número nos introduce de lleno en una serie de cuestiones que nos permiten captar de manera indirecta la naturaleza de las matemáticas. Las reglas de la suma, resta, multiplicación y división se pueden aplicar por igual a números enteros y fraccionarios. ¿Qué distingue a unos de otros? El hecho de que se utilizan de modos distintos.


Con los números enteros se resuelven problemas análogos a los que se pueden resolver sobre conjuntos de individuos (en el uso lógico, no necesariamente personas) reales. Cuando el problema a resolver no se puede resolver conforme se haría con individuos, se recurre a números fraccionarios, que se podrían aplicar a cosas reales que fueran fácilmente divisibles, como los líquidos.


Sin embargo, en el proceso de desarrollo de las técnicas que permiten un uso fijo, preciso y compartible de las cosas que se pueden hacer con números, se generan automáticamente dominios de cosas que se pueden hacer pero que se desconocen de hecho. Sólo así se puede explicar que el tropiezo con los números irracionales fuera interpretado como descubrimiento. Lo que en realidad ocurre es que si se quiere poder representar un cuadrado como un cuadrilátero plano con los cuatro lados iguales y los cuatro ángulos iguales, entonces no se puede evitar que la diagonal de ese cuadrado sea un múltiplo de la raíz cuadrada de 2. Pero la raíz cuadrada de 2 no es un número racional y tampoco lo puede ser por tanto un múltiplo suyo. Si sólo se aceptaran en matemáticas los números racionales, este resultado resultaría contradictorio y se rechazaría, pero esto no ocurre porque aceptar este tipo de números permite hacer nuevas cosas con números.


Si lo expuesto hasta aquí no te ha resultado extraño o aburrido, eso quiere decir que te interesa la filosofía de las matemáticas, y si además lo has entendido, eso probablemente significa que tienes madera para ello[2].



[1]Wikipedia. Entrada sobre la matemática de la edición en castellano.

[2]Una cuestión importante en filosofía de las matemáticas y que tiene relación directa con la teoría del conocimiento, la filosofía de la mente, y con muchos otros temas filosóficos se puede expresar de manera clásica en la pregunta acerca de si los enunciados matemáticos son analíticos o sintéticos.


domingo, 28 de diciembre de 2008

Revolución y universidad

Sigo señalando al suelo...


El estudiante que se plantea la lucha por sus derechos se ve irremisiblemente arrastrado a una serie de categorías predefinidas. La figura, el rol del manifestante es amplio e incluye, entre otras, la imagen cotidiana del estudiante en protesta pacifica. Si la protesta alcanza niveles mayores, la prensa hará uso de los manidos clichés del mayo del 68. A su debido tiempo y cuando resulte necesario, la categoría de terroristas, alborotadores y vándalos en general acoge con facilidad al estudiante en lucha. Se trata de máscaras. El gran problema con que se encuentra el estudiante universitario en lucha es el etiquetado automático. El estudiante, si resulta una amenaza para el orden público, es criminalizado y estigmatizado para favorecer y facilitar su posterior represión por parte del poder disciplinar. Si resulta ser inofensivo, se le ignora y delega al olvido, apartándolo, alienándolo. Habría mucho que hablar aquí sobre disciplina y biopoder.

Y el problema no es tanto que al estudiante se le clasifique, sino que se le clasifique en categorías que no le convienen. Una solución al problema: repensarse, repensar la figura del estudiante en lucha. Trabajo de reelaboración conceptual. Quitarse máscaras. Y para ello nada mejor que ser conciente de que existen tales máscaras. Trabajo de arqueología, pues. ¿Por qué se asocia la violencia a la figura del estudiante?, ¿y el idealismo?, ¿por qué el socialismo? ¿Cómo librarse de estas máscaras que el poder coloca, y de otras tantas que uno mismo se construye irreflexivamente? El trabajo arqueológico tendría que empezar por la propia forma-hombre del estudiante reivindicativo. ¿Cuándo se unieron revolución y estudiante, protesta y universidad?, ¿qué precedentes existen, si los hay, del Mayo francés?, ¿cómo se forja históricamente esta figura, qué características arrastra? Es este trabajo para el historiador, para el periodista, para el filósofo, que no haremos aquí, pero que sería interesante realizar y que resulta productivo plantear.

Lo que si parece claro es que los problemas que impiden el buen desarrollo de la revolución, de la revuelta (véase la criminalización, la represión, el apartheid, el olvido), son producto de la categorización por parte de la instancias disciplinarias, de las instituciones mediáticas, de la cultura popular. Borrar la carga de prejuicio heredados inherentes a la figura histórica del estudiante universitario resulta prioritario. Para ello, como se ha dicho, repensarse en tanto sujeto político, autorreflexión crítica, desenmascaramiento y toma de posiciones. Construcción de nuevas máscaras, desubjetivización continua. Lucha por liberarse de la rigidez de las etiquetas impuestas y forja de nuevas que convengan a los intereses del estudiante. Y así poco a poco, y esto ya es una apreciación personal, dejar atrás el estandarte del idealismo, el romanticismo y la responsabilidad, y levantar la bandera del pragmatismo, la contradicción y la casuística. Una forma tan buena como cualquier otra de huir de la estrecha dicotomía mayo francés - delincuencia juvenil.


Carlos

domingo, 21 de diciembre de 2008

Creo que estoy muerta: o de cómo perder la naturaleza en el Barrio Rojo

¿Se os ha ocurrido pensar qué es lo que pasaría si perdierais la creencia de que lo que estáis viviendo es real? Pero no sólo eso: ¿qué ocurriría si mantuvierais intacta vuestra capacidad de razonar, pero no hubiera absolutamente nada que os empujara a confiar en ella? ¿Y si no tuvierais conciencia de vosotros mismos como un ser que es capaz de actuar, sino únicamente como un automatismo que es consciente de lo que dice y hace tan sólo después de que esto haya ocurrido?

Probablemente (o no) lo primero que os viniera a vuestra dispersa mente serían Hume, Pirrón y otra media docena más de escépticos (e incluso Wittgenstein y su certeza, si frecuentáis este blog). Seguidamente, lo más probable es que el pánico comenzara a apoderarse de vosotros. O no. Pero eso fue lo que me ocurrió a mí.

Era sábado noche y yo cargaba sobre mis espaldas demasiado tiempo sin dormir. Ese mismo día había llegado a Amsterdam, tras unas cuantas horas de avión y tren. A las doce de la noche el cansancio era notable, pues había estado andando todo el día. El Barrio Rojo estaba lleno de gente, de extravagante gente; y yo caminaba entre ellos junto a un amigo en busca de algún Coffee Shop.

Medio porro de white widow fue todo lo que fumé. Después, para saciar mi descontrolado hipotálamo, decidí atiborrarlo con una cantidad ingente de azúcar proveniente de una bossche bol. Y así quedó mi cóctel: pocas horas de sueño, mucho cansancio, algo de marihuana y demasiado azúcar. ¿El resultado? Creerme muerta.

En una calle cualquiera, en un momento cualquiera -¡repentinamente!- algo raro pasó por mi cabeza. Recuerdo haber girado una esquina y haber sentido algo extraño; muy parecido a lo que se siente un instante antes de quedarse dormido. A partir de ahí todo fue raro. Sentía todo lejano; las cosas habían perdido 'algo', pero aún no sabía lo que era. La realidad ya no era tal.

Yo seguía hablando, de forma absolutamente coherente, pero no me daba cuenta de lo que decía. Al menos no en el mismo momento, sino unos segundos después, tras los cuales quedaba estupefacta al descubrir que seguía conversando de forma automática. ¡Y también andaba! ¿Cómo era posible eso? ¡Si yo no lo estaba haciendo!

Poco a poco, las cosas se tornaban cada vez más raras, menos reales, como si fuera un sueño. Yo cada vez tenía las manos más frías, e incluso había perdido el tacto. La conciencia que tenía era realmente extraña: percibía el mundo exterior como menos real, y también tenía pequeños apagones de conciencia que duraban, según estimo, algunos segundos, los cuales -evidentemente- no puedo recordar, pues tan sólo era consciente del momento en que salía de ellos.

Después de estos 'despertares', o 'momentos de lucidez' (así los llamaba yo conforme iba hablando en mi discurso automático) me esforzaba en razonar e, incluso, en realizar operaciones matemáticas para demostrarme que todo iba bien. Pero yo no sentía que las cosas fueran bien. El mundo exterior se me hacía irreal, pero a la vez era tremendamente coherente: yo seguía teniendo manos con diez dedos, razonando y leyendo perfectamente... pero todo eso no me llevaba a concluir que tan solo estaba sufriendo los efectos de mi cóctel, sino que la conclusión lógica para mí era la de que había muerto. ¿Salto deductivo? Quizás. Pero aquella percepción tan extraña de la realidad no podía sino ser debida a que estaba muerta. Y lo veía clarísimo. Y racionalmente intentaba pensar todo lo contrario, pero no me lo podía creer. No podía creer que estaba viva. Pero, entonces, si estuviera efectivamente muerta, ¿por qué era capaz de estar razonando? Simplemente porque mi cerebro no estaba apagado del todo aún, seguía entre la vida y la muerte, viviendo una alucinación y, probablemente, a punto de encontrarme con la luz del túnel en cuanto girara alguna otra esquina.

Yo, racionalmente, me daba cuenta de que eso no tenía ni pies ni cabeza. Pero mi racionalidad no era suficiente. Independientemente de cuánto acudiera a la realidad en busca de pruebas que justificaran mi existencia y su existencia, mi sentimiento me decía que aquello no era real: había perdido la naturaleza que me lleva a justificar, o a dotar de base, el uso legítimo de la razón.

Y es que, cuando se nos presenta un argumento escéptico, tal como aquel que dice que somos cerebros en cubetas, podemos considerarlo como plenamente coherente y racional al extremo, pero finalmente acabamos desechándolo porque realmente no podemos creer en él. Algo nos empuja a dejar los dictados de la razón, a dejar de buscar justificación última: simplemente, sentimos y creemos que es así. El punto clave es que yo no era capaz de esto. Mi razón había quedado totalmente desprovista de fundamento. No había nada que me hiciera creer que estaba viva: ni mis mejores razonamientos, ni las palabras de mi preocupado amigo, que se esforzaba en proporcionarme pruebas para abandonar mi descabellada creencia. Estar pensando (cuando tenía estos 'momentos de lucidez') y estar escuchando algo como 'estás viva porque yo estoy aquí contigo' no parecen implicar necesariamente que un individuo vaya a adoptar la creencia de su propia existencia. La evidencia cartesiana no era autoevidente para mí. Pienso luego existo no era más cierto que llueve luego me mojo. Y eso me aterraba. Me horrorizaba el hecho de dormir esa noche y no volver a despertar. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? En ese punto, apenas podía mantenerme de pie, estaba completamente exhausta, helada y agotada después de una hora de delirio.

Tras leer esto probablemente algunos me acusaréis de antimaterial, otros de dicotomizar emoción y razón y otros tantos de loca. Pero ninguno de vosotros tiene razón.

Por cierto: ahora ya sé que estoy viva.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Revolución y filosofía

Revolución es enfrentar al poder en tanto tal y en su discurso. Es por eso que la revolución toma a menudo la forma de un ‘no’, en tanto es contraposición, choque, batalla. Sucede que el poder se manifiesta en preguntas, puesto que el poder identifica, etiqueta, individualiza, categoriza, ordena y clasifica. Es su naturaleza. El poder pregunta: ‘¿de qué manera practicas sexo?, ¿cómo amas?, ¿cuál es tu ideología política?’ Y una vez obtiene una respuesta, te increpa: ‘¡quieto!, ¡no cambies, se coherente, se lógico, permanece siempre así!’ Luchar contra este interrogatorio es un trabajo continuo, diario. Ponérselo difícil al poder, negarse a contestar, cambiar, contradecirse; eso es revolución. Es esta una suerte de ética de la revolución, y no hay mejor arma o instrumento para llevarla a cabo que la práctica filosófica. La filosofía, que no sirve a nadie, no sirve a nada, no sirve para nada. La filosofía, que entristece, que destruye, que se devora a si misma a cada momento, que se autorrefuta, se retuerce, que está viva. Que está libre de trabas y siempre dispuesta a morder a quien trate de doblegarla a sus designios. El pensamiento de todos los hombres en todas las épocas. El violento latir del impulso vital. La batalla y la guerra. Es revolución, es filosofía.


Carlos

miércoles, 29 de octubre de 2008

El progreso de la Filosofía

¿Por qué estudias filosofía si no es para alcanzar la verdad? - Preguntó alguien hace unos días... Gracias a este interrogante y, quizás, a la incesante lluvia nocturna, se me plantea una breve reflexión por otros derroteros: ¿podemos hablar de progreso en filosofía? Sí: y además, progreso salvaje, demoledor.

La filosofía ha progresado tanto que casi ha acabado consigo misma. Tanto como para quedar cegada por su propio éxito.

Tras cientos de hipótesis fallidas, fundamentos absurdos y métodos inútiles, se esconde un gradual progreso; se revela algo capital: escogimos un camino inadecuado en busca de algo inexistente. ¡Tras más de dos mil años nos damos cuenta de cuán errados estábamos y de cuán importante es nuestro descubrimiento! ¿La filosofía ha muerto? ¡Está más viva que nunca! Y, sobre todo, mucho más cerca de la realidad de lo que jamás lo estuvo. ¿Acaso no es eso sino progreso?