viernes, 14 de marzo de 2008

Por qué en el arte todo vale

La noción de arte en la Antigua Roma -ars- viene directamente del griego -τέχνη- que designa el buen hacer en los quehaceres humanos. Así, en la Antigüedad, el arte era más bien técnica, una clase de habilidad manual o mental para hacer algo, y cuyo practicante no era el artista, sino el artesano, pues en la Antigüedad el escultor, el zapatero, el pintor, el curtidor, el bailarín, el corista o el arquitecto se dedicaban al arte. Durante la Edad Media no cambiaron mucho las cosas y aunque durante el Renacimiento “las artes liberales” intentaron emanciparse de las “artes vulgares” las viejas categorías difuminaban las aspiraciones de artistas como Leonardo, que argumentaba que la pintura es un arte noble porque aunque existe un trabajo manual, detrás de este hay toda una serie de estudios que exigen un gran esfuerzo mental.

En el siglo XVIII y con la noción “Bellas artes”, se suponía por fin que el arte se separaba de los oficios. El concepto de arte cambia y aparecen las Bellas artes: Danza, pintura, escultura, poesía.... El artista obtenía reconocimiento y su objetivo quedaba claro: Belleza y mimesis. Ahora el arte tenía toda la categoría que se merecía: La obra de arte, se exponía en los nuevos museos como una monolítica y trascendente alabanza a lo sublime que nos rodea, adquiriendo su carácter quasidivino.

Desgraciadamente para los puristas, cuando los impresionistas empezaron a alejarse de la realidad las viejas categorías volvían a hacerse inútiles: El arte no tiene por que ser una reduplicación del mundo, ni tampoco un encomio a la belleza, primero porque lo bello es distinto en cada lugar y en cada época y segundo por que existe arte cuya forma es fea pero expresa bellos motivos. A partir de aquí el divorcio con la vieja noción Bellas Artes se hacía más fuerte a medida que se alejaban más y más del academicismo, el lenguaje artístico que podían desplegar a partir de las raquíticas teorías de lo que debe ser el arte se les quedaba corto y con el advenimiento del movimiento Dadá ésta descripción tenía que explotar. Pero no explotó. Hoy los Bodegones, paisajes y retratos fotográficos son arte sin ningún tipo de reservas, pero la mierda enlatada, le font, el arte abstracto y los aceros de Chillida suscitan al menos discusión sobre si son dignos o no de entrar dentro de la exclusiva categoría de arte.

Hoy todo el mundo habla delante de un lienzo o una escultura de belleza, realismo, originalidad, expresividad, frescura, compromiso... Aunque pensemos que hemos superado los anticuados modos de pensar el arte, seguimos usando reduccionistas descripciones como una “vara de medir” que ponemos al lado de un objeto para comprobar nivel de artisticidad. Si algo hemos aprendido de la historia de las artes plásticas es que la forma, función y objetivos del arte han variado muchísimo, no vayamos a pensar a estas alturas que los osados que ahora nos dicen lo que es o no es arte tienen la solución definitiva. Como dice Gombrich el arte es “un fetiche”, por que cuanto más te acercas a la categoría de arte más difusa se aparece, volviéndose etérea, escapándose de las manos. Después de esto, resulta difícil negar que cualquier cosa puede ser arte. Otro asunto es si vale la pena o no.

Votos a favor

***

Editado tipo de letra por votación popular. Adolfo.

jueves, 13 de marzo de 2008

Acta de reunión del 12-3-2008

La reunión se celebró en el lugar habitual a la hora habitual, con asistencia de todos los miembros del Tercer Wittgenstein y dos invitadas. El acta de reunión completa detallando los asuntos tratados ha sido enviada por correo a todos los miembros.

Carlos

domingo, 9 de marzo de 2008

La ficción de Disney

Escribo esta entrada desde el desencanto; desde un desencanto creador e inspirador. Este sentimiento no es algo nuevo en mí, sino que me ha acompañado desde hace algunos años. No obstante, ha sido en estos últimos meses cuando se ha hecho más patente que nunca. ¿Y de qué estoy desencantada? De la abominable forma occidental de entender las relaciones personales, sobre todo las afectivas, y la concomitante lógica bivalente que convierte la interacción en algo binario: todo o nada. ¡Maldito mundo dicotómico!

Mas estoy alegre, pues sé que aún hay gente capaz de ver más allá de los esquemas tradicionales. Sé que, efectivamente, hay personas que pueden estar juntas sin estar revueltas; que es posible una relación sin subordinación ni posesión. Lo sé porque lo he visto y lo he vivido. Y es un alivio.

Otra de mis alegrías ha venido de la mano de un polémico autor en el que me voy a apoyar para hacer más comprensible mi postura. Se trata de Michel Onfray, un hedonista nietzscheano postcristiano bastante exaltado y muy especial para mí (aprovecho aquí para darle gracias a la persona que me regaló el primer libro suyo).

Recientemente he comprado su última obra: La fuerza de existir. Manifiesto hedonista. Y, aunque aún no he acabado de leerla, ya he quedado fascinada tanto por la ética como por la erótica que en ella se exponen. En la tercera parte del libro, "Una erótica solar", encuentro un segundo apartado dentro del punto "La libido libertaria", llamado "La máquina célibe" donde se ilustra claramente el declive de las relaciones tradicionales:

"Nada, todo, nada define el modelo dominante: viven separados, no se conocen, se encuentran, se dejan llevar por la naturaleza de la relación, el otro se vuelve todo, indispensable, la medida de su ser, la dimensión de su pensamiento y su existencia, el sentido de su vida, el compañero en todo hasta en el mínimo detalle, hasta que -cuando la entropía empieza a producir sus efectos- se vuelve el inoportuno, el que molesta, el cargante, el fastidioso, aquel que exaspera y termina por convertirse en el tercero del que hay que deshacerse antes que, divorcio de por medio -y la violencia que a menudo lo acompaña-, vuelva a ser nada, una nada a veces multiplicada por un poquito de odio..." (Michael Onfray, La fuerza de existir. Manifiesto hedonista, p. 130, Barcelona, Editorial Anagrama, 2008)

¿Familiar? Para mí sí. ¿Solución? Un eros liviano que "conduce a través de la pulsión de vida, busca el movimiento, el cambio, el nomadismo, la acción, el desplazamiento y la iniciativa" (Ibid., p. 128) construido mediante la superación de las ficciones sociales: "el deseo como falta; el placer asociado a colmar esa supuesta falta a través de la pareja fusionada; la familia apartada de su necesidad natural y transformada en solución de la libido considerada como problema; la promoción de la pareja monógama, fiel, que comparte el mismo hogar cada día; el sacrificio de las mujeres y de lo femenino en ellas; y los niños convertidos en verdad ontológica del amor de sus padres." (Ibid, p. 127).

No puedo sino maravillarme ante semejante muestra de lucidez y ensalce de la vida. El rechazo a lo estático, la inclinación por el movimiento y la supresión de cualquier esquema encorsetador, siempre han estado a la base de mi concepción de las relaciones interpersonales. La monogamia y la fidelidad quedan contrapuestas a la pasión y al ansia de aventuras característicamente humanas. Nada es ni puede ser perfecto: no tiene sentido plantearse nada más allá del disfrute del presente. Se abre, así, un nuevo horizonte: el horizonte de lo auténtico. Un nuevo lugar donde lo que acontece siempre está mediado por el querer. Un pacto en el que no tiene cabida el sufrimiento: tan sólo la eterna persecución del placer. Para Onfray, el pacto erótico: "¿Su contenido? A elección y discreción de las personas que lo establecen: un juego tierno, una perspectiva erótica, lúdica, una combinatoria amorosa, un arreglo destinado a durar, un compromiso de una noche o de una vida, cada vez una relación a medida." (Ibid, p. 136)

Las posibilidades de disfrute son inmensas, determinadas infinitamente por el contrato hedonista. Plantear y replantear todas nuestras relaciones en clave dinámica y epicúrea puede ser uno de los mayores aciertos que el desencanto ha motivado jamás. Sabernos demasiado complejos como para solucionar nuestras angustias existenciales y carnales encontrando una mitad platónica que encaje perfectamente con nuestra alma -nuestro cuerpo- mutilado, puede liberarnos de una desesperante y frustrante búsqueda sin fin. Son demasiados los presupuestos en torno a los cuales construimos nuestro mundo. Desgraciadamente, el placer no suele figurar entre ellos. ¡¿Por qué?! ¿Tanto daño ha hecho Platón? ¿Tanto Kant? ¡Maldita tradición represora de pulsiones! ¡Malditos aquellos que niegan el cuerpo y se entregan a las ideas! ¡Malditos quienes buscan fuera de lo real, en su propia tumba! Y, sobre todo, ¡malditos aquellos que quieren enterrarnos en vida!

Propongo la negación de lo fijo, del esquema, de lo presupuesto. Apuesto por el goce de las posibilidades que nos brinda el presente, pues en lo real e inmanente está la verdadera felicidad. Apuesto también, con todas mis fuerzas, por una profunda y demoledora reflexión que nos reconstruya a nosotros mismos y desemboque en la más nietzscheana de las transvaloraciones.

Y lucho, finalmente, en contra de Blancanieves, Cenicienta, la Bella Durmiente, y sus fantásticos príncipes; la Bella y la Bestia, la Dama y el Vagabundo y, ya de paso, Barbie y Ken.

Así, pues: ¡que seáis felices y comáis perdices!

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Sobre religión, filosofía y creencias

Con estas divagaciones pretendo zanjar por mi parte, diciendo lo que me falta por decir, el primer debate del IIIW: el famoso tema de la libertad de cátedra y, concretamente, de la religión desde el atril. O más concretamente, por el modo en que devino el debate, el de la religión como creencia al uso o como creencia con algún status especial. Resumo para quien no esté al corriente:

Yo defendí más o menos que prefiero – aunque me duelan las consecuencias de esta preferencia – que los profesores sean coherentes con sus creencias y, a la hora de plantear sus clases, no oculten sus principios e ideología; que no sean – o prentendan ser – neutrales, en definitiva. Sobre todo porque no creo en eso de la neutralidad: pienso que tras la máscara de lo objetivo se ocultan poderosas subjetividades que, desde algo parecido al punto de vista divino, maquillan sus intereses de bien común. Y, desgraciadamente, para combatir esta falsa neutralidad sólo se me ocurre la opción de tolerar que la ideología de cada docente intervenga en sus discursos.
Dicho esto, me gustaría matizar mi posición: hay formas y formas de que la ideología afecte en la docencia. Una cosa es que la selección de textos, por ejemplo, sea sesgada o que se introduzca alguna opinión o reflexión personal; otra muy distinta es que, pongamos por caso, en exposiciones del pensamiento de otros haya una visión excesivamente parcial, interesada y poco contrastada, o que se plantee el temario de forma insultantemente unidireccional. Esto último me parece, como mínimo, muy poco honesto y profesionalmente lamentable. Pero quedémonos de momento, en relación a lo que intento demostrar, con que apoyo que un docente suba al atril con el maletín de sus ideas.

Contra esto, un compañero me rebatía que hay que hacer una distinción entre dos tipos de creencias, a saber: las religiosas y todas las demás (hablábamos sobre todo de políticas, pero no sólo). Decía mi compañero que a él también le parece bien que un profesor no se deshaga de su ideología en sus exposiciones, pero esa ideología – o esas creencias que la fundamentan – deben ser, en el caso de una facultad de filosofía, mínimamente filosóficas. Y si la filosofía es reflexión, crítica y antidogmatismo, es inaceptable que un profesor parta de un dogma – y las religiones, es obvio, se basan en dogmas – a la hora de dar clase. Por eso hay que expulsar a la religión de las facultades de filosofía: la religión es, por definición, antifilosófica por dogmática.

Tengo que decir que la distinción que hace esta tesis (entre creencias religiosas y resto de creencias) no me parece nada disparatada. Es verdad que las creencias no religiosas tienen una particularidad importante: sobre ellas se puede discutir con otros y, si en algún momento se nos ofrece un argumento fuerte para que cambiemos de principios, nadie honestamente racional (y utilizo racional en su uso de “persona predispuesta a la reflexión antidogmática y desprejuiciada”; todos sabemos que mucha gente se toma las ideas políticas con el mismo dogmatismo religioso y fanático que tantos creyentes acríticos), se negará a hacerlo. Tienen, en palabras de mi “contrincante”, evidencias públicas compartibles. La religión, por su parte, tiene que aceptar dogmas, principios irrebatibles que se admiten por ese extraño sentimiento llamado fe. Y sobre ellos no hay discusión posible: si no se aceptan, no hay religión. Son evidencias privadas, sobre las cuales sólo se podrá hablar con otros creyentes con la misma fe – en mayor o menor grado -, puesto que un ateo descreído difícilmente podrá llegar a comprender lo que se quiere decir con ese extraño concepto.

Dicho esto, insisto en que, dejando de lado el tema de la libertad de cátedra, la religión no es por definición antifilosófica, y su status de creencia puede equipararse a las creencias de otro tipo (aunque dentro de estas últimas admito que pueda tener algunas características que la diferencien). Mi afirmación se basa en dos supuestos: que una creencia aparentemente irracional se puede tornar, si no racional, al menos razonable (entiéndase la diferencia como de grado) introduciendo algo de espíritu filosófico; y que del único dogma que, en última instancia, la religión obliga a admitir (esto es: que Dios existe), no se deriva prácticamente nada. A partir de estos supuestos, y junto a otros argumentos contra la tesis de mi compañero, voy a intentar explicarme:

a) A propósito de la actitud filosófica:
Decía mi compañero que, además de obligar a aceptar dogmas, la religión enseña a no cuestionárselos: es el paradigma del porque sí, y si la religión enseña a sus fieles que hay cosas que deben creer porque sí, porque son así y no cabe duda alguna, esos mismos fieles acabarán predisponiéndose a no cuestionarse nada y adoptarán un carácter crédulo frente a todo tipo de cuestiones (políticas, por ejemplo).
Coincido en que algunas opciones religosas, en especial la de la ortodoxia institucionalizada, promueven y defienden un modelo religioso completamente crédulo y acrítico: desde sus púlpitos, se autoreivindican como únicas depositarias del mensaje divino y con sus millones (porque quien está detrás de estas opciones suele tener muchos millones), como si de una empresa de publicidad se tratara, difunden urbi et orbi su ideario antifilosófico. Pero me parece importante y socialmente útil incidir en que hay otro tipo de religión, minoritaria y perseguida, que dista mucho de esa ortodoxia apostólica y romana. Hay tendencias - como, por ejemplo, la teología de la liberación – que toman su ideario cristiano (en el sentido más radical del término: como mensaje social de jesucristo) como base para cuestionarse la situación actual del mundo. Se podrá cuestionar que su método es engañoso e infundamentado, pero no se les podrá objetar que se crean acríticamente todo lo que les cuentan: precisamente gracias a que disponen de un paradigma utópico al que aspirar, pueden contrastarlo con la situación real del mundo y ser críticos con ésta. No digo que esto me parezca bien o no: digo que hay formas de tomarse la religión que invitan a la reflexión sobre otros asuntos que tenemos interiorizados por argumentaciones parecidas al porque sí.
Del mismo modo, lo que definirá el grado de filosofía en las creencias religiosas del feligrés será su predisposición a la reflexión o al asentimiento acrítico. Quiero recordar la distinción que hacía Unamuno entre creyentes que se guían por “la fe del carbonero” y los que se orientan, aunque sea parcialmente, con algo de espíritu filosófico. Los primeros se guían por un modelo religioso crédulo, acrítico y servicial, en el que el fervor religioso se comparte en grandes actos y, además, otorga al creyente una seguridad muy tranquilizadora. Pero el buen creyente es el que impregna sus irracionales creencias con algo de filosofía, el que está en constante crisis consigo mismo y con su fe; el que se ha replanteado mil veces sus axiomas y el que, aunque haya acabado consintiendo su fe, se digna a ponerla a prueba y a matizarla. Este segundo modelo introduce una actitud filosófica y reflexiva que, tengo que reconocer, me parece encomiable. Ojalá todos los creyentes la tuvieran: otro gallo cantaría.

b) Sobre las evidencias públicas y privadas:
Decía mi compañero y amigo, como he explicado arriba, que no puede haber discusión seria entre un creyente y un ateo, porque un ateo no podrá comprender las evidencias subjetivas en que basa su creencia el religioso. Admito que para quien jamás haya sentido nada parecido a eso que llaman fe, resultará casi imposible entender la justificación irracional del creyente. Pero del mismo modo, quien nunca haya estado enamorado – quien nunca haya sentido algo parecido a eso que llaman amor – tampoco podrá comprender la angustia existencial del romeo de turno, y le resultará absurdo que su amigo no coma ni duerma bien porque la mujer de su vida le ha vuelto a decir que no. ¿Implicaría eso que sobre el amor no se puede hablar, y entonces es mejor callar? ¿Le daremos la razón a Frege en que lo único compartible son los pensamientos y no las representaciones? Yo no: es cierto que nunca podremos saber al 100% lo que sienten los demás, por lo subjetivo de las emociones; pero es cierto que, siguiendo a quien inspiró nuestro blog, tenemos un lenguaje con unos usos concretos que nos permiten hacernos una idea de lo que cada quien quiere expresar. Se me podrá objetar que todo el mundo acaba enamorándose o acercándose a lo que comúnmente se entiende por amor, mientras que no todo el mundo alcanza la fe. Y es cierto, al menos en parte. Pero también es cierto que los ateos suelen compartir marco cultural con los creyentes, lo que posibilita la comprensión. Por poco que un ateo comprenda esas evidencias privadas del creyente, puede hacerse una idea de lo que quiere expresar con eso de que su fe, como emoción o sentimiento, justifica su creencia. Y en ese sentido tanto el ateo como el creyente están al mismo nivel: ni el ateo podrá convencer al creyente, utilizando argumentos “racionales”, de que su fe es un absurdo, ni el creyente convencerá al ateo, con argumentos “irracionales”, de que Dios existe. Sus creencias habitan esferas distintas, como decía la teoría de mi compañero; pero, una vez entendida y clarificada esa distinción, ambos podrán hablar y entenderse. No llegarán a acuerdos seguramente, pero tampoco es necesario que lo hagan: con que cada uno entienda las razones del otro – y esto sí puede conseguirse – basta. Y basta porque, en el fondo, su discusión sólo hace referencia a lo que voy a decir en mi último punto:

c)Del único dogma que la religión obliga a aceptar:
En el fondo, dejando tradiciones religiosas a parte, lo único que verdaderamente obliga la religión a aceptar es la existencia de Dios (y, si se quiere, que ha creado el universo). Es lo único que, sensu stricto, el creyente ni puede ni debe replantearse. Todo lo que se articule en torno a ese dogma depende de la interpretación que haga cada tradición. Pero del axioma “dios existe” no se deriva ni un código moral único, ni un catecismo determinado, ni el misterio de la santísima trinidad. Otra cosa es que la mayoría de confesiones digan que sí, y que además su interpretación es “la” interpretación y el resto son herejías. El creyente serio y “filosófico”, si es como yo pienso que debe ser, no se creerá de la misa la mitad y me dará la razón. Y, además, se molestará en “transvalorar” la moralina barata que le dé su iglesia en cómodas cápsulas para buscar su propia vía.

Y poco más. El caso es que en el fondo cada uno se consuela como quiere. Unos quieren creer en Dios y otros queremos creer en la razón y la filosofía. Pero en el fondo, como canta mi idolatrado Sabina, todo son mentiras. “Más de cien palabras, más de cien mentiras, para no cortarse de un tajo las venas; más de cien pupilas donde vernos vivos, más de cien mentiras... que valen la pena.” Amén.

- J a V i -

miércoles, 5 de marzo de 2008

Acta de reunión del miércoles 05-03-08

- En primer lugar, se habló de los resultados de la iniciativa de enviar la primera carta a la facultad, y se tomaron decisiones a este respecto.
- En segundo lugar, se decidió el logotipo del movimiento y se encargaron las tarjetas.
- En tercer lugar, se habló de futuras iniciativas.
- En cuarto lugar, se propusieron varios temas para próximos debates: la filosofía como más cercana a la ciencia o a la poesía, el materialismo versus el idealismo, el comentario de alguna obra de Freud...

Y poco más: fue una reunión breve y, sobre todo, organizativa.

Primera carta a la Facultad de Filosofía de Valencia

Ley de la conservación de la dificultad de Richard Dawkins: “El oscurantismo en un asunto académico se extiende para rellenar el vacío de su simplicidad intrínseca"

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“A mi juicio, sería más adecuado reconocer que lo que expresa la universalidad, en vez de la 'lingüisticidad', es la 'experiencialidad'. Lo más radical de la razón hermenéutica, más que la lingüisticidad, es su carácter experiencial, uno de cuyos componentes es la experiencialidad lingüística, pero siempre reconociendo que la vida misma del lenguaje está en la experiencia viva de la existencia, que no tiene por qué ser necesariamente lingüística (ni lingüistizada ni lingüistizable, si es que estos términos tienen que seguir teniendo un sentido no reductible a experienciado y experienciable).” (Jesús Conill Sancho, Ética Hermeneútica, p. 191, Madrid, editorial Tecnos, 2006)

“Y Makkreel destaca en estos contextos el uso del término 'zusammenhängend', a diferencia de 'sintético', porque lo que es zusammenhängend está ya inherentemente unificado.” (Ibid., p. 32)

"Para que el diálogo deje acontecer la realidad es preciso articular la naturaleza de la movilidad histórica de los interlocutores. Como hemos demostrado [anteriormente], Gadamer explota hasta sus últimas consecuencias la hermenéutica de la facticidad incorporando esta apropiación del conjunto del pensamiento de Heidegger. La radicalidad de una analítica existencial es inseparable de la experiencia humana. Al intentar responder a este nudo de cuestiones se nos ofrece una lógica hermenéutica que limita las pretensiones de la pura conceptualidad." (A. Domingo Moratalla, El arte de poder no tener razón, p. 308, Salamanca, Publicaciones Universidad Pontificia, 1991).

"Al reganar (sic) para la universalidad de la reflexión el momento material-inmanente desde la mediación condicionada, histórica y fáctica, el logos filosófico se transforma en diálogo personal histórico-lingüístico. El logos del comprender es también el logos del acontecer. ¿Significa esto una recuperación ontológica del modelo del diálogo en cuanto sustancialidad y materialidad lingüística del logos histórico-reflexivo?, ¿Se puede realizar la universalidad sin la toma de conciencia de que el comprender sólo brota en una comunidad de acontecer? ¿Es posible la comprensión sin un lenguaje compartido en el proceso madurativo de la experiencia?" (Ibid., p. 140).


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Estas perlas filosóficas han sido extraídas de Ética hermenéutica y El arte de poder no tener razón. Ambos libros son de obligatoria lectura para las asignaturas de Ética (recordemos que es una troncal de primer curso) y Problemas actuales de ética (optativa de primer ciclo), respectivamente.

Con las citas extraídas pretendemos mostrar el oscurantismo y la ininteligibilidad de estos textos para nuevos alumnos y, probablemente, para cualquier filósofo no especialista en esta materia. Nótese que, en el libro Ética hermenéutica, ya en los primeros párrafos, se hace referencia a 6 autores diferentes, nada más y nada menos. Resulta imposible para un estudiante novel entender una obra escrita en tales términos, de forma que el enfoque de las asignaturas es excesivamente complejo, confuso y poco útil.

Por ello, instamos a los profesores de cualquier otro departamento que no sea el de Filosofía moral, a que nos ofrezcan una explicación comprensible de los temas que en estos textos se tratan, si es eso posible, y que nos la manden a la siguiente dirección: tercerwittgenstein@gmail.com




Atentamente,
IIIW

martes, 4 de marzo de 2008

ACTA DE REUNIÓN DEL PASADO MIÉRCOLES 27 - 02 - 08

Temas tratados

- Se volvió a hablar de la libertad de cátedra, pero rápidamente se pasó a profundizar en el tema de si las creencias religiosas pueden o no mantenerse alejadas de las aulas. A grandes rasgos hubieron dos posturas, una que defendió que no es posible puesto que al final todo tipo de creencias son equivalentes en algún sentido y que lo importante no es separar la religión de lo académico, sino centrarse en el verdadero problema, que es el sistema económico ambiente. La otra postura, sin hacer referencia explícita al tema económico, defendía que las creencias religiosas fomentan el pensamiento dogmático, irracional y la desatención a las evidencias intersubjetivas, y que por tanto, es un tipo de pensamiento que se ha de separar del ámbito académico.

- Se habló de hacer algo de publicidad del blog y se pensó que lo más interesante es diseñar targetas. Se instó a varios miembros para que propusieran un logo que se elegirá en la próxima reunión.

Decisiones tomadas.

- Se decidió por unanimidad cambiar el subtítulo del blog y incorporar el actual subtítulo al perfil del blog o a algún elemento equivalente.

El resto de temas se mandan por mail.

La próxima reunión queda fijada para el próximo miércoles 05 de marzo en el madonna.

Saludos a todos.

Adolfo.